Hector “Tito” Tomas
[1939 – 2023]
por Pico Sanchez
Conocí a Tito en la década del 80 cuando ingresó a la Facultad, primero como alumno y más tarde como docente de su taller, compartiendo una cálida amistad hasta sus últimos días donde su generosidad y calidez como persona nos reunió para continuar con ese legado.
Sería incompleto realizar una semblanza comentando solamente sus cualidades como arquitecto, él era docente, escritor, ideólogo, un gran dibujante y diseñador. Perteneció a una generación de arquitectos que promovió una renovación del pensamiento, de la enseñanza y la practica proyectual con una producción sofisticada y de gran contenido, un grupo nucleado a partir de la inspiración de Alfredo Casares junto a Carlos Lenci, Vicente Krause, Héctor Oddone, Roberto Kuri, Juan Manuel Escudero y Jorge Chescotta por nombrar solo a algunos.
Sus ideas no se basaban en una idea total, sino más bien en la creación de “ambientes” que mantenían unida una estructura, utilizando croquis dentro del proceso proyectual muchas veces alejados de la arquitectura, apoyados en la observación y la percepción con imágenes originadas en vertientes literarias, cinematográficas, históricas e incluso de sus vivencias de viajes a través del mundo. Sin dudas la vivienda individual y colectiva estaban en el centro de su interés, entendida como una extensión del ser, como “nuestro pequeño lugar en el mundo”.
Evitó la sobresimplificación, centrándose en la complejidad de las experiencias espaciales, la escala, las transiciones, la sorpresa, la intimidad, “las relaciones diagonales”, la luz, la sombra, las múltiples relaciones entre el interior y el exterior y el diseño del equipamiento como articulador espacial. Adscripto a los ideales modernos, para él, el espacio deja de entenderse como una expresión neutra para ser un lugar habitado por estímulos que, conjuntamente a la incorporación del tiempo, desvía en sus trabajos ese ideal moderno hacia concepciones mucho más elaboradas, entendiendo la Arquitectura como el arte de reconciliación entre nosotros y el mundo, casi como nuestra segunda piel que se transforma en un umbral continuo donde se dan todas las relaciones.
Como docente le provocaba muchísimo entusiasmo ver proyectos con ideas innovadoras, sugerentes que, gracias a su aguda intuición, advertía rápidamente semejanzas, referentes y múltiples relaciones que las vinculaba con vivencias personales.
Para él la docencia era un acto de transferencia y no un ejercicio crítico, donde era necesario respetar las ideas del estudiante, ayudándolo a perfeccionarlas para que su expresión sea fiel a su pensamiento. Entendía que la enseñanza era estimular la imaginación alentando a la experimentación, las preguntas y la resignificación de los usos para poder buscar nuevos caminos añadiendo ese plus de significados que nos permita transformar la realidad.
Su libro “El lenguaje de la arquitectura moderna”, referencia obligada para los estudiantes, es una explicación didáctica de pautas y técnicas que definen la arquitectura a través de la autonomía del lenguaje arquitectónico y de la disciplina dentro del marco de la modernidad.
La estrecha relación de sus últimos años con Gino Randazzo fue un campo fértil para compartir coincidencias, ideas, charlas, futuros textos y una entrañable amistad.