Por Cristina Carasatorre y Pio Risso
Hablar de Gabriel Martínez significa inevitablemente repasar casi una vida compartida. Es hablar de lugares comunes que comenzaron a transitarse cuando nos conocimos en el Estudio del Teatro Argentino por los años 80, junto con Enrique Speroni.
En esa época trabajamos asociados en nuestros primeros concursos. Luego nos unió la Facultad donde compartimos 25 años de Taller de Arquitectura. Como docente y luego como profesor, nunca perdió el contacto con sus alumnos. La corrección, el lápiz sobre el papel siempre fue su vocación.
De personalidad hermética y callado, explicaba los temas con precisión y claridad en sus clases teóricas que preparaba con gran entusiasmo, relacionando todo: Arquitectura, espacio y tiempo histórico con un profundo sentido para trasmitir conocimiento y despertar inquietudes entre los alumnos.
Su talento como arquitecto lo llevó a obtener numerosos premios en concursos. En los años de pandemia afrontó con gran entereza la dura enfermedad que le tocó transitar en soledad. Tratamos de acompañarlo en todo momento. Recuerdo el diálogo y la permanente actividad por teléfono, las clases y reuniones por Zoom, el intercambio de opiniones, donde se intensificó un vinculo constante. Siempre nos sorprendió su empeño para poner en marcha el Taller y a la par sobrellevar el difícil momento que atravesaba.
En esta última etapa se acercó mucho a nosotros, lo que profundizó la gran amistad que ya teníamos. Dejó una huella imborrable. Lúcido y racional, nunca perdió esta condición hasta su último aliento. Su figura potente y silenciosa seguirá presente en la vida de nuestra familia, en los docentes del Taller, en nuestros amigos y por cierto, en la nuestra.