Jorge Claudio Mártire nació en el barrio de Villa Elvira, La Plata, provincia de Buenos Aires, el 18 de julio de 1961.
Su núcleo familiar estaba conformado por su madre, Rosa -descendiente de italianos- su padre, Aquiles -nacido en Italia- su hermana Gladys y su hermano Pascual. Él era el menor de los tres.
Cursó sus estudios primarios en la Escuela Santa Margarita María de Alacoque, de donde egresó en 1974. Al año siguiente ingresó a la Escuela Nacional de Educación Técnica N°1 “Albert Thomas”, donde se graduó -en 1980- como Maestro Mayor de Obras.
Con veinte años, comenzó a cumplir con el servicio militar obligatorio (abolido en 1994) y al mes, con mínima instrucción militar, fue enviado a las Islas Malvinas con el Regimiento de Infantería Mecanizado 7 «Coronel Conde». Por entonces y desde 1912, el Regimiento 7 tenía como asiento el predio delimitado por la Av. 19 y las calles 20, 50 y 54 (recuperado como Plaza Islas Malvinas, inaugurada en 1998); desde allí partió el grueso de conscriptos que desde La Plata, participaron en la Guerra de Malvinas.
Jorge padeció durante semanas en las trincheras de Monte Longdon, donde se libró una de las principales batallas entre el 11 y el 12 de junio de 1982, en la cual participó cayendo luego prisionero.
A su regreso, intentó “rearmar” su vida en distintos planos: familiar, casándose con María Laura y teniendo dos hijos y una hija: Matías, Florencia y Martín; laboral, trabajando en la Secretaría Electoral de la Nación y académico, cursando toda la carrera de Arquitectura en la FAU/UNLP.
Pero sus heridas psíquicas afloraron casi diez años después de la guerra: se suicidó el 1° de marzo de 1993.
Malvinizar
En memoria de Jorge Claudio Mártire, caído en la posguerra.
La posguerra de Malvinas fue durante algún tiempo (o tal vez continúa siendo) en el parecer de muchos veteranos, tan dura como el conflicto bélico mismo. El silencio y el ocultamiento por parte del Estado sumió a muchos de nuestros soldados en el olvido por buena parte de la sociedad. Sumado a ello la ausencia de atención para la salud (física, pero sobre todo psicológica) agudizó las secuelas de la guerra. Fueron necesarios muchos años para que los relatos de aquellos días se pudieran dar a conocer.
Suele decirse que hay en cada uno de quienes estuvieron en las Islas una vivencia única e irrepetible, la cual no siempre coincide con la de otros protagonistas de los hechos. Dicho en otras palabras, hubo y hay para cada uno de los veteranos una “guerra propia”. En el caso de Jorge Claudio Mártire encontramos una de esas historias que nos llevan a movilizar en varios sentidos:
Él ofrendó su vida por la patria en la batalla de Monte Longdon durante la larga noche del 11 al 12 de junio de 1982, sobreviviendo a una de los combates más cruentos de la guerra de Malvinas, formando parte de la Compañía “B” del Regimiento 7 de Infantería Mecanizado “Coronel Conde”, siendo esta la unidad del Ejército Argentino que más vidas entregó y que más bajas provocó en las filas enemigas considerando la notable asimetría en términos de efectivos y capacidad de fuego.
Una vez finalizado el conflicto bélico, Jorge encontró en la carrera de Arquitectura una de las maneras de transitar la posguerra, además de construir –principalmente- una familia junto a su esposa María Laura y sus tres hijos Matías, Florencia y Martín.
Así, ingresó a la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la UNLP en el año 1983, casi al mismo tiempo en que comenzó a trabajar en la Secretaría Electoral de la Nación que funcionaba en el ex Hotel Provincial. Allí compartió el ámbito laboral con Adriana Posse (docente FAU), quien por esa época también fuera compañera en la carrera. Ella lo recuerda como un gran compañero, solidario y generoso, coincidiendo con Ricardo Cipriano, otro entre tantos compañeros de estudio y amigos de aquellos tiempos.
Sus años transcurrieron, resignificados a través de sus “proyectos” de familia y profesión. Sin embargo, en su destino se interpuso la decisión de dejar de padecer el silencioso padecimiento de la posguerra. Una vez más el Estado se había ausentado en su obligación de contener a nuestros veteranos de guerra.
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Muchas veces las acciones de las personas van más allá de ser meros actos individuales. Tal vez debamos comprender que detrás de tal inexplicable decisión habita un mensaje que entre líneas nos dice que hemos faltado como sociedad a la necesaria tarea de honrar a nuestros héroes.
Enarbolar hoy la figura y el ejemplo de Jorge Claudio Mártire, además de ser un acto de reparación, es la posibilidad de reconocernos como comunidad académica en uno de los nuestros, en un estudiante de Arquitectura. Es también la oportunidad de emprender el propósito de desandar aquellos largos años de la posguerra -caracterizados por muchos como desmalvinizantes– sin señalar responsabilidades, pero con la firme convicción de comprender que solo pensando en poner en el merecido lugar a la gesta de 1982 y a sus hombres, será posible proyectarnos como una nación soberana.
Malvinizar es la tarea.
Arq. Julián Velázquez
Graduado y Docente FAU