Las consecuencias del terrorismo de Estado instaurado en Argentina entre 1975 y 1983, constituyen una compleja trama de relaciones aun no develada en su totalidad.
La acción devastadora sobre amplios sectores de la Sociedad a partir de un mecanismo perverso instrumentado bajo distintas formas de represión ilegal (bandas “civiles” armadas –parapoliciales/paramilitares, grupos de tareas, fuerzas conjuntas y otros eufemismos) convergentes en la planificación e implementación de secuestros, torturas, asesinatos y desaparición de personas, dejó heridas materiales y simbólicas en quienes sobrevivieron a esos años.
La construcción del concepto “persona desaparecida” no deja de ser traumática a pesar del paso del tiempo que confirma la pérdida. Aunque tranquilizador, también doloroso el hallazgo de los cuerpos de las víctimas masacradas. Nombres sin cuerpos pero también cuerpos sin nombre. La identificación de los restos hallados prácticamente fundó una ciencia… Los sitios donde fueron hallados –en numerosos casos producto de enfrentamiento fraguados-también contribuyeron al ocultamiento de pistas.
La coincidencia de apellidos, nombres y apodos en no pocos casos llevó a equívocos, en el contexto de relatos orales, testimonios y recuerdos borrosos.
Los rostros cuyo registro se limitó a una foto carnet o imágenes familiares o a encuentros de apenas pretéritos tiempos felices se desvanecían en medio de allanamientos, saqueos y mudanzas con “lo puesto”.
El inexorable paso del tiempo nos va privando de testigos –conocidos y anónimos- de lo acontecido “por entonces”.
Y, frente a todo ello, la construcción de la memoria; permanente y progresiva. Buscando, reuniendo, organizando y difundiendo información. Investigando para llegar a la verdad, contribuyendo a la justicia. Trabajando en actos reparatorios.
