Páginas de Ausencias

Víctimas del terrorismo de Estado de la FAU/UNLP en fuentes bibliográficas.

Huellas

Semblanzas de vida de detenidos-desaparecidos y asesinados por el terrorismo de estado pertenecientes a la Universidad Nacional de La Plata

Autora: María Verónica Piccone

Este libro es una reconstrucción colectiva de la memoria, destinado a identificar y valorar a quienes fueron torturados y asesinados por el terrorismo de Estado. Parientes, amigos, compañeros de estudio, de trabajo rescatan con sus relatos los sentimientos y las luchas de las víctimas de la dictadura militar. Dado el mecanismo de producción de este libro, puede que hayan quedado fuera de él otros testimonios valiosos, por ello estamos pensando que puede tener un segundo tomo, que contenga la diversidad de situaciones y circunstancias que sufrieron las víctimas de la violencia de Estado y que pertenecían a la comunidad universitaria local. Para la UNLP la defensa de los derechos humanos surge como un reclamo colectivo, cuyas raíces están en la gran cantidad de miembros que sufrieron persecuciones, torturas, asesinatos y desapariciones, en el período más violento y oscuro de la historia argentina. La gran cantidad de víctimas, más de 750, indica a nuestra universidad como la más castigada de nuestro país. Nuestros desaparecidos, de diversas ideologías y pertenencias políticas, deben ser rescatados del olvido, reconstruyendo el pasado de nuestra Universidad y su comunidad, como una tarea necesaria y colectiva para todas las personas vinculadas a la UNLP en el pasado, en la actualidad, y también relevante para las generaciones futuras.

Facultad de Arquitectura y Urbanismo:

Juan Carlos Arrázola Dehais (páginas 74/77)

Siempre que ando por las calles, busco a un muchacho con una manera muy particular de caminar, con cabellos negros y piel encendida por el sol.

Cuando pusimos el árbol de tilo en la "Plazoleta de la Memoria"1 , pensamos que como cuando te llevaron estabas estudiando en La Plata, la ciudad de los tilos, este era el árbol ideal que te representaba. Pero cuánto nos costó hacer que ese arbolito quisiera arraigar. Después de algunos cambios y muchos cuidados está creciendo por fin. Siento que también estás andando vos. Cerca de nosotras, de Cinco Saltos donde naciste, en cada rincón de nuestra casa, cerca de los que te amamos, en el jardín, en cada planta y en cada flor, cerca de amigos, como deseando volver al terruño, a lugares conocidos, a tu casa natal. Dentro del seno familiar.

Mamá

Zara Maritana Dehais de Arrázola

1 Plazoleta de la Memoria, inaugurada el 24 de marzo de 2000 en Cinco Saltos, Río Negro. Fue un proyecto que nació y se concretó en el seno de la Asociación Amigos del Museo de Cinco Saltos. En este rincón contra el olvido se plantó un árbol por la vida de los muertos y desaparecidos por la última dictadura militar, que nacieron o vivieron en nuestra ciudad y en Barda del Medio. Cada familia eligió una especie de árbol: un tilo por Juan Carlos Arrázola, un roble por Juan Carlos Colonna y otro por Cecilia Vecchi, un pino por Carlitos Peralta, un aromo por Tyna De Grandis y una araucaria por Mirta Tronelli.

Hermanito chiquito, hermanito menor

Con qué ansias te esperamos aquel frío 22 de mayo de 1954. Estábamos en casa de nuestra abuelita Herme –que quedaba casi enfrente del sanatorio en el que estaba internada mamá– junto a la tía Julia y ¡hasta creímos escuchar a la cigüeña cuando te traía!

Fuiste un bebé hermoso, siempre risueño, sociable y apacible.

De niño no te alcanzaban los bolsillos para guardar todas las ramitas, piedras y tornillos que encontrabas. Y también las bolitas que guardabas celosamente porque las ibas a necesitar para los campeonatos que jugabas con Miguel, nuestro primo y vecino.

La primavera era el tiempo de buscar cañas y papel finito de colores para hacer barriletes. Con Miguel competían para ver quién construía el más liviano, el de vivos colores o diseño más bonito, el más veloz o el que volaba más alto.

Eras también muy curioso. Curiosidad que te llevó coleccionar e interesarte por muchas cosas (lograste una hermosa colección de estampillas y de afiches de los galpones de empaque de la zona).

Esa curiosidad y sed de saber fue lo que te impulsaba a estudiar y superarte y por eso fuiste abanderado de la Escuela primaria Nº 39 de Cinco Saltos. Ya en la secundaria participaste en las Justas del Saber del Valle del Río Negro y Neuquén, y también te tocó el honor de ser elegido por tus compañeros de promoción para escribir y leer las palabras de despedida.

De la práctica de deportes fuiste un gran entusiasta. El rugby fue, por un tiempo, tu deporte preferido, pero el básquet fue tu fuerte. Deporte al que le dedicaste muchas horas de entrenamiento, que te dio grandes amigos y la posibilidad de participar con un seleccionado interprovincial –integrado por jugadores de Río Negro y Neuquén– en el Torneo Argentino Juvenil de Basketball de Tucumán en mayo de 1971.

No sólo eras un brillante estudiante y buen deportista, sino que también amabas el dibujo y el arte. Recordamos cómo pasabas largos ratos tratando de capturar la imagen de la yesera entre las bardas que se veía regresando del Lago Pellegrini.

La acuarela que pintaste participó en un concurso municipal y ganó el primer premio.

Pero lo más importante en tu vida eran los otros seres humanos.

Y avanzar en la lucha por una mayor justicia y mejor calidad de vida para todos.

Tu compromiso comenzó en el Interact Club de Cinco Saltos y continuó en la Universidad de La Plata donde fuiste a estudiar arquitectura y te vinculaste al grupo peronista de la asociación de estudiantes de la universidad. En 1976 viniste a pasar las fiestas de Navidad con la familia y a pesar de los ruegos de que no volvieras a La Plata, tu sentido de la responsabilidad y tu compromiso personal y político te llevaron a regresar.

Te vimos partir saludándonos desde la ventanilla del colectivo, con tu franca y amplia sonrisa y tus profundos ojos castaños.

Pocos días después, el 20 enero de 1977, te secuestraron en las calles de La Plata. Conocidos tuyos, posteriormente liberados, aseguraron haberte escuchado en la Seccional Segunda de la Policía de La Plata, pero esto les fue negado a nuestros padres en las reiteradas oportunidades que fueron a buscarte.

Sabemos que fuiste salvajemente torturado, pero que en abril de 1977 ya estabas en buen estado físico y anímico. Durante la Semana Santa de ese mismo año, llegó a casa de nuestros padres una carta anónima de un compañero que había estado detenido con vos, diciendo que hasta el 20 de abril de 1977 estabas con vida y que ese día él junto con otros detenidos habían sido liberados y que el grupo que quedaba –entre los que estabas vos– iba a ser "trasladado".

Mucho tiempo después, en julio de 1985, nos contactamos con ex detenidos-desaparecidos que declararon en el Juicio a las Juntas, quienes comentaron que te habían visto en El Campo de Arana y en la Comisaría 5ª de La Plata entre enero y abril de 1977.

Estos son los últimos datos que tenemos de vos.

Hermanito querido, hermanito menor.

Tenías sólo 22 años de edad.

Delia Esther Arrázola, hermana

Ana María Arrázola, hermana

Roberto Abel Rivelli (páginas 165/66)

Roberto nació en La Plata el 18 de noviembre de 1951. Criado en una familia típica de clase media: su padre, Jorge, un pequeño comerciante; su mamá, Laureana Armendariz (Laura), ama de casa, con una formación socialista proveniente de sus padres vascos, educó a sus hijos con sólidos principios de justicia, solidaridad y rectitud.

Concurrió a la Escuela primaria Nº 42 (Escuela Pública Provincial) y egresó como el mejor alumno de su promoción; eso le permitió ingresar a realizar sus estudios secundarios al Colegio Nacional "Rafael Hernández".

En esa época se tomaba examen de ingreso e ingresaban directamente como premio, sólo los mejores alumnos de primaria. Egresó en el año 1970 con muy buenas calificaciones. Empezó sus estudios universitarios en 1971 en la Facultad de Odontología, hasta el año 1972, pero se dio cuenta de que no era su verdadera vocación y se cambió a la Facultad de Arquitectura, el 3 de abril de 1973. Comenzó un viaje hacia Europa en barco, junto con un gran compañero del Colegio Nacional, José Ogando. Recorrieron Italia, Suiza, Francia, Inglaterra y España hasta diciembre de 1973, alojándose en albergues estudiantiles haciendo algunos trabajos para solventar el viaje. Dicha experiencia fue la que marcó su camino a seguir; una Europa rica y nuestra América llena de necesidades y de heroicas luchas que se desarrollaban en esos momentos, por lo que Roberto se sumó a ellas en Arquitectura junto a sus compañeros estudiantes, y en lo gremial en el Hipódromo, donde trabajaba como empleado por reunión para solventar sus estudios.

En la Facultad conoció a Elba Pirola y se casaron el 21de mayo de 1976; compartió además con ella la militancia socialista. Militaban en el FAS, Frente Antiimperialista por el Socialismo, agrupación legal que en el año 1973 llevó como candidato Presidencial al Dr. Allende. Comenzó además a construirse su casita, hasta que el 9 de octubre de 1976, mientras se encontraba en la casa de un compañero, Guillermo Croce, en la calle 39 entre 6 y 7, estudiando una materia para rendir al otro día, fue secuestrado, junto a su esposa Elba que lo había acompañado, por una patota de más de diez hombres armados, algunos encapuchados, miembros de las Fuerzas Armadas que dieron el golpe de marzo de 1976 (circunstancias todas atestiguadas en los Juicios por la Verdad).

Jorge Rivelli

Santiago Alejandro Sánchez Viamonte (páginas 169/171)

Nació en La Plata el 20 de julio de 1952. Sus padres: Jaime Víctor Sánchez Viamonte, dedicado a las tareas agropecuarias, y Herenia Julia Martínez, profesora de historia del Colegio Nacional y del Bachillerato de Bellas Artes, y directora y profesora de la Escuela de Enseñanza Media N° 2.

A los tres años comenzó el jardín de infantes en la Escuela Saint Michael y al terminar su segundo grado, por cierre del establecimiento, ingresó en la Anexa, para luego continuar sus estudios secundarios en el Colegio Nacional, de donde egresó en 1970 con el título de Bachiller. Luego se inscribió en la Facultad de Arquitectura de la UNLP.

Fue un gran deportista. Su pasión era el rugby y desde muy chico integró las distintas divisiones de La Plata Rugby Club hasta llegar a jugar en primera. En el club lo llamaban "el chueco", y aún hoy lo consideran uno de los mejores jugadores.

En 1974 se casó con Cecilia Eguía. Ese mismo año nació su primera hija, Verónica, y al año siguiente llegó Celina. Vivían en La Plata. Estudiaba y trabajaba en la inmobiliaria de su amigo Miguel López Gastesi. Cecilia era empleada del Poder Judicial de la Nación.

En marzo de 1975 asesinaron a Hernán Rocca, su primo y gran amigo, que también integraba la primera división. Fue como un bombazo: era el primer asesinado del club. Luego serían 17 los desaparecidos o asesinados.

Comenzaban los tiempos del terror: integrantes de las tres A y de la CNU asesinaban sin control a estudiantes y obreros que militaban en alguna organización de izquierda.

En ese entonces la militancia era clandestina. Santiago había comenzado a militar en el PCML, al igual que Mariano Montequín, Otilio Pascua y Pablo Balut, entre otros jugadores. Dado el clima reinante, decidieron dejar la ciudad y se fueron a Mar del Plata. Alquilaron un departamento en la calle Corrientes 2732.

Con el golpe militar de 1976 todo empeoró. Grupos económicos se valieron de hordas asesinas para imponer un proyecto que confinaba a condiciones de vida inhumanas a gran parte de la población. Para ello debían eliminar todo tipo de oposición y acallar las voces opositoras. Traicionando su juramento de defender la Constitución, la Junta Militar desarrolló un plan sistemático que contemplaba como variante el asesinato, la tortura, la desaparición y la apropiación de niños nacidos en cautiverio o secuestrados. Llevaron a cabo una verdadera caza de brujas que obró con mentalidad demencial.

En octubre de 1977 se llevó a cabo un gran operativo en Mar del Plata que terminó con la detención de varios integrantes del PCML. Esto motivó a que Cecilia y Santiago decidieran mandar a las nenas a La Plata, al cuidado de sus abuelos, para protegerlas. En ese entonces tenían tres y dos años.

El 24 de ese mes, integrantes de la marina, vestidos de civil, llegaron al edificio de la calle Corrientes. Con amenazas obligaron a la portera a tocar el timbre del departamento para no encontrar resistencia. Allí estaban almorzando Santiago y Cecilia. A los pocos minutos llegó a visitarlos la hija de un matrimonio amigo que vivía en el primer piso. Fue ella quien, más tarde, dio algunos detalles de lo ocurrido. Ahí mismo los sometieron a un interrogatorio y les informaron que unas horas antes habían detenido a Pablo Balut. Después de revolver todo el departamento (según ellos para buscar armas, que en ningún momento hallaron) se los llevaron a los dos y amenazaron a la vecina diciéndole que no debía informar de lo sucedido a los familiares. Cuando ya se retiraban, llegó Otilio Pascua y también se lo llevaron. Cuatro días después, un llamado telefónico del padre de la joven vecina nos informó de lo sucedido.

A partir de ese momento, comenzó la incesante lucha por saber dónde estaban los chicos, quién se los había llevado, de qué se los acusaba. A pesar de la búsqueda, nunca tuvimos respuesta. En el informe que Cid de La Paz y Gonzáles presentaron ante Amnesty International, dicen haber visto a Santiago en la Base Naval de Mar del Plata, pero de eso nunca tuvimos una confirmación. Esta lucha en un principio fue individual, pero gracias a que las madres que desesperadamente buscaban a sus hijos comprendieron que era necesario unirse para que fuera más efectiva, se transformó en una lucha colectiva. Así nacía la agrupación Madres de Plaza de Mayo. Nuestro grito exigiendo "aparición con vida" fue escuchado en todo el mundo. Esto nos dio fuerza y posibilitó que, al sentirnos contenidas y apoyadas entre nosotras, pudiéramos seguir durante 33 años exigiendo justicia, castigo a los culpables y que los niños robados, hoy hombres y mujeres, puedan encontrar su verdadera identidad.

Así se llevaron a nuestros hijos que vivían con la utopía de un mundo mejor y que, como seres pensantes y sensibles, molestaban.

Herenia Martínez de Sánchez Viamonte

Madre de Santiago

Irene Felisa Scala de Zuppa (páginas 172/174)A

Cuando recibí de Susana la invitación para realizar la semblanza de su hija Irene, que formaría parte de una publicación de la Universidad Nacional de La Plata, respondí afirmativamente con profunda emoción: el corazón apuntaba al recuerdo de una alumna muy querida, convocada por la amistad entrañable con su madre. De eso se trata, de triangular una vez más esta relación privilegiada, ahora las palabras serán nuestro engarce.

Corría la década de 1960, sorprendente por sus desafíos, sus búsquedas, sus rupturas y sus utopías, en ese tiempo conocí a Irene Scala, en un aula del Colegio Nuestra Señora de la Misericordia de La Plata, cursaba la tradicional carrera de Maestra Normal Nacional y nos acompañamos durante esos cinco años, tiempo de su adolescencia y primera juventud y del inicio de mis experiencias docentes, cuando todavía era alumna en la Facultad de Humanidades, donde repicaban tantas voces augurales que iban anunciando "el derecho del hombre a la poética de la vida".

La descubrí vivaz, inquieta, cuestionadora, reflexiva, buena lectora, conducía con habilidad las conversaciones y gustaba de la expresión escrita. Era una "buena alumna" y mejor compañera. Preparaba sus prácticas de la enseñanza con creatividad y las desarrollaba, a veces, con poca paciencia, pero organizaba con dedicación los trabajos grupales y los lideraba con firmeza. Con uno de ellos cerramos la estudiantina de su promoción, fue sobre la ciudad de La Plata y nos ocupó todo el segundo cuatrimestre del quinto año. Irene fue la coordinadora del proyecto, buscó los lugares relevantes –los conocidos y los ignorados– descubrió a los personajes de la ciudad, interpretó datos, investigó su historia, sus orígenes y el proyecto social y político de su fundación. Todo se volcó en una serie de diapositivas color y de transparencias en blanco y negro, con una banda sonora grabada artesanalmente en un Geloso 258 de cinta. El éxito de la presentación dependía de quien manejara el proyector e Irene era la encargada de hacerlo.

Luego del egreso, en su condición de ex alumna, visitaba periódicamente el colegio y yo la casa de sus padres, que distaba sólo una cuadra de la tradicional esquina de 4 y 44; además, muchas veces los encuentros se daban en la calle; hablábamos de sus estudios universitarios, del disfrute de hacer música y cantar en un coro, de sus trabajos como no docente en la Facultad de Arquitectura, de sus proyectos que iban más allá de lo académico y se entibiaban con la experiencia vital de la militancia estudiantil. De sus amores e ilusiones… y finalmente de su matrimonio con Néstor Zuppa y de formar una familia, que ambos la deseaban como parte de una sociedad transformada y transformadora.

En esos últimos meses la vi poco, eran días muy agitados, y se mostraba reservada. Supe por sus padres del nacimiento de Luciano y luego de la madrugada de aquel 24 de noviembre de 1976, el abrazo quedó vacío.

El asombro y el dolor definieron el reencuentro con Susana y Raúl, estos padres cuyos pedidos de justicia los habían transformado en militantes. Conocí a Luciano, tuve la experiencia de repetir el encuentro escolar; el pequeño de tres años volvía en la primera sala del jardín de infantes al colegio en el que su mamá se había recibido de maestra, sus cuatro abuelos lo acompañaron… ¿sus papás dónde estaban? ¿Por qué se había producido ese despojo?

Luciano luego pasó a la Escuela Anexa y después al Colegio Nacional, nos veíamos de vez en cuando y el tema era único: "¿La conociste mucho a mi mamá?" "¿Qué me contás de mi mamá?". Busqué fotos, le describí sus gestos, le comenté sus preferencias juveniles (una tarde no supe explicarle por qué a Irene le gustaban más los Rollings que los Beatles, pero era así). Traté de contarle qué pensaba, qué sentía, qué hizo y qué padeció (y aún hoy sigue padeciendo) su mamá, mi querida Irene; como lo hacemos con Susana, cuando contemporizamos el pasado, porque sabemos que Irene está presente:

en la firmeza de sus convicciones

en la lucha permanente por la dignidad de cada persona y de todas las personas

en la admirable tenacidad de su madre

en la vida de su hijo y de su nieto

en la evocación fraterna de quienes la conocieron

en el hemiciclo de los Desaparecidos de la Facultad de Arquitectura

en el pañuelo blanco que se sostiene en la erguida cabeza de Susana

o que aletea en el cordel extendido en el patio del Rectorado

en el homenaje de la Universidad a quienes en sus claustros fueron víctimas del terrorismo de Estado

o se aquieta y nos interpela cada 24 de marzo, cuando se realizan muestras en la Jornada por la Memoria

en la exigencia de justicia para conocer su destino, reclamar castigo a los culpables y a 33 años de su desaparición poder identificar sus restos, que en una tumba sin nombre son signos de vida.

Porque hemos descubierto que ella, en el nosotros y para nosotros "no fue pan, sino levadura".

Volvamos ahora al aula donde todo empezó. En el último día de clases pregunto a las alumnas del 5º año A qué harían para asegurarse el recuerdo…

Y se escucha "La huella se ha de borrar si no la caminamos"

Ella ya había elegido

Ella nos invitaba decidida

Ella se sentaba en la fila del medio, al fondo

Irene, era la más alta de la clase.

La Plata, febrero de 2009

Alicia Zeballos

Si querés comunicarte con el Programa de Derechos Humanos, escribinos a reparacionlegajos@fau.unlp.edu.ar.